La literatura romàntica postula la proximidad y aun la identidad entre el artista y su obra. De este modo, los poemas, las novelas y los cuentos son tambièn el escritor, o al menos un mapa secreto de su alma.
Es inevitable simpatizar con esta idea, que parece establecer el requisito de sinceridad en cuestiones estèticas. Y es verdad que muchos artistas dejan, como un pelo en el peine, como una silla caliente, señales de su presencia viva. Sin embargo estos rastros no son siempre voluntarios. Màs aùn: es preferible que no lo sean. Las confidencias desmesuradas son chocantes tanto en el arte como en las confiterìas.
En este mismo punto hacemos flamear la primera cuestiòn de esta monografìa : si el hecho artìstico es personal e intrasferible, como explicar la existencia de obras en colaboraciòn ?
Borges afirma que se trata de un prodigio inverso al de Jeckyll y Mr.Hyde: dos se convierten en uno. El resultado artistico expresa una tercera identidad.
No sin pudor, me atreverè a agregar un dato demasiado modesto: el arte no es solamente expresiòn sino tambièn creaciòn. A veces – por fortuna – el escritor inventa. Y aunque sus invenciones tambièn sean mapas secretos, puede ocurrir que el artista no se revele o incluso que se oculte. Quevedo, Lope o Cervantes no se manifestaban en sus criaturas. Y se Flaubert decìa ser Madame Bovary, es casi seguro que Carroll no era Alicia y Salgari no era Sandokan.
El lector saciado de teorias vulgares ya irà sospechando èsta: la literatura en colaboraciòn sòlo es posible en distritos tales como la novela de aventuras o el relato humorìstico. La novela psicològica o la poesia amorosa no podrìan tolerarla.
Lejos de todas estas consideraciones, un grupo de literatos perezosos lleguò a constituir en el barrio de Flores el célebre Comité de Colaboraciòn Artìstica. Al principio sus funciones se limitaban a socorrer a narradores empantanados que acudìan en busca de rimas, adjectivos o desenlaces. Màs tarde, entusiasmados por ciertas ocurrencias afortunadas, llegaron a dictaminar que la creaciòn solitaria es imposible.
- Aun el màs personal de los escritores se vale de aportes ajenos – sostenìan
Los conocimientos previos, el lenguaje, los recuerdos y las influencias literarias son – si bien se mira – formas concretas de colaboraciòn.
El ùltimo colaborador, tal vez decisivo, es el lector.
Tan ingeniosos criterios encontraron la respuesta de los defensores de la creaciòn individual. En ese sentido, vale la pena consultar el libro Imposibilidad del arte compartido o El buey solo bien se lame, escrito por los profesores Luis J. Schwarz y Amedeo Juliani.
Màs allà de las discusiones de cenàculo, lo cierto es que el Comité impulsò el nacimiento de numerosas obras. Y uno de sus componentes alcanzò formidable notoriedad. Hablamos de Rodolfo Arrùa.
El orden alfabético lo hacìa aparecer a la cabeza de todos los grupos que integraba. No le hizo asco a ningùn género: participò en la redacciòn de novelas, ensayos, poesias, obras teatrales y de divulgaciòn cientìfica. Intervino en la traducciòn de Tierras vìrgenes de Turguéniev, superando su absoluto desconocimiento del idioma ruso. Arrùa fue el colaborador perfecto. Su ductilidad le permitiò siempre someterse al estilo de sus compañeros: si trabajaba junto a Jorge Allen, los versos parecìan escritos de punta a punta por dicho poeta. Si se dejaba ayudar por Silvina Ocampo, la prosa presentaba el aspecto de haber sido construida solamente por ella.
Este mimetismo colosal impide saber còmo escribìa realmente Arrùa. Consecuente con sus principios, jamàs intentò una obra en soledad. Tal vez para mitigar los efectos de su demasiada humildad, el hombre ejercìa una virtud provechosa: con el mayor desparpajo daba por suyas las ideas ajenas. Esta hospitalidad de su firma le ocasionaba frecuentes disgustos. Después de sus cuarenta años apenas leía, para evitar el encuentro con frutos de su talento, mordisqueados por hàbiles usurpadores, que a veces – por puro disimulo – le habìan precedido en centurias.
Manuel Mandeb decìa haber presenciado algunas reuniones creativas de Arrùa y sus ayudantes. El polìgrafo de Flores destacaba la puntualidad de sus mates, la calurosa aprobaciòn que brindaba a toda sugerencia y una cierta propensiòn a quedarse dormido ante la mìnima demora de las musas.
Rodolfo Arrùa no se contentò con la literatura. Se entreverò con mùsicos, pintores y escultores. Llegò a formar una orquesta de tangos – que llevaba su nombre – cuyo desempeño fiscalizaba desde una mesa cercana.
Gracias a toda esta enorme actividad, conquistò premios y honores que nunca rechazò. Sus enemigos le enrostraban un desmedido afàn de figuraciòn y la costumbre a postergar a sus compañeros de tareas. La acusaciòn no es del todo justa. Cuando en tiempos dificiles se publicò el libro Un gobierno desagradable, Arrùa tuvo la decencia de admitir su nula participaciòn en la obra, delante mismo del comisario de policia.
Su colaborador màs asiduo fue el polemista César Rulli. Desde el éxito impresionante de Aramos, dijo el mosquito, màs de treinta obras llevaron la firma de estos dos creadores.
La posteridad adivina celos en Rulli. Un episodio històrico lo confirma: después de muchos años de labores conjuntas, César Rulli publicò en forma solitaria un volumen de cuentos. Un critico le señalò que en esa obra se notaba la ausencia de Arrùa.
- En la otras tambièn – fue la resentida respuesta.
El Comité de Colaboraciòn Artìstica mantuvo una actividad perpetua. Para evitar elecciones enojosas, se estableciò un sistema de colaboraciones por sorteo. Los resultados fueron demenciales. Poner en yunta a espiritus contrapuestos conduce casi siempre al disparate.
El poeta lunfardo Alonso de la Cueva y el severo clasicista Fatiga Sustaita completaron el extenso poema Ninfas y Malandras. Transcribimos algunos versos para ilustrar la yuxtaposiciòn de estilos:
Nemesis, vengadora, acude presto
con un nombre secreto entre los labios.
Olvido no ha borrado los agravios.
La diosa encuentra un taita bien dispuesto,
que un poco rechiflao por el escabio,
va a buscar a la mina y le da el pesto.
Algunos relatos construìdos con estos mismos criterios padecìan defectos perturbadores. El uso alternado de la primera y segunda personas solìa denunciar penosamente el cambio de pluma. Los personaje cambiaban bruscamente de caràcter, segùn eran atendidos por uno u otro artista.
En ocasiones, un mismo pasaje era relatado dos veces. Y no faltaban expresiones superfluas, como “Tiene razòn” o “Como dice acà el amigo”.
Algunas obras llegaron a contar quince o veinte autores, cuyos caprichos sumados oscurecìan los textos hasta volverlos incomprensibles. Varias novelas presentaban capitulos firmados en disidencia o finales diferentes en despacho por minoria.
Los intelectuales freudianos suelen proceder al allanamiento de las obras artisticas para buscar huellas de las neurosis del creador, cuando no de sus costumbres ìntimas. ¿Còmo reaccionaràn estos personajes detectivescos ante una novela escrita en colaboraciòn? ¿Qué clase de manias seràn capaces de descubrir? ¿A cuàl de los autores habrìan de atribuirselas ? ¿Procederàn a un reparto equitativo ? ¿Vislumbraràn enfermizos maridajes? ¿Dictaminaràn esquizofrenia? No es facil saberlo. Los métodos y razonamientos de estas gentes son màs arbitrarios que las locuras de nuestro obtuso Comité.
Respecto de este asunto, Manuel Mandeb se mostraba desafiante :
“… Conozco los procedimientos de la indagaciòn psicològica. Adivino todas sus metàforas, puedo prever sus mòdicas interpretaciones. Me rìo de sus listas de simbolos. Escribo ahora este capìtulo. Adivinen quièn soy. Puedo escribir ahora mismo otro diferente. Soy capaz de sembrar falsas señales. Soy capaz de ocultar las verdaderas. Puedo crear un arte distinto de éste y hasta puedo ser un hombre distinto del que soy. Mi alma es un secreto inviolable, incluso para mi. Muy brujo tendrà que ser el que me la saque al sol. Vamos… atrévanse, interpreten mis textos y descubran mis fantasias eròticas. Aire, aire… No hay nada tan absurdo como la supersticiòn de un racionalista. »
Respecto de la colaboraciòn artìstica, el pensador de Flores reconociò algunas formas poco frecuentes de ejercerla :
« … Los àngeles y los demonios suelen participar en la creaciòn de poesìas, novelas y valsecitos. Yo mismo he compuesto un estilo con la ayuda de un cierto duende nocturno, de rima sonora, pero un poco sentencioso, eso sì. El resto de las personas tambièn intervienen en nuestro arte. Nos inspiran personajes, aventuras y conductas interesantes. Tambièn hacen su aporte los fenòmenos climàticos que suelen dejar en nuestro ànimo fatigas, euforias, melancolìas, temblores y espantos que ciertamente influyen en las obras, aunque nadie sepa de qué modo.
Una concreta colaboradora: la censura. La eliminaciòn de ciertas partes de un trabajo lo convierte en algo diferente. A decir verdad, toda colaboraciòn convencional entre dos artistas amigos no es sino un continuo juego de mutuas censuras.
El ùltimo ejemplo y el mejor: la payada a media letra. Al final de sus actuaciones, los payadores no improvisan décimas personales, sino que van construyendo una entre los dos. Los versos de uno preparan los del otro y éstos son preparaciòn de los siguientes. Ayudar el compañero es ayudarse a uno mismo ; la piedra que le pongamos en su camino nos caerà encima en forma de montaña. »
Curiosamente, Manuel Mandeb nunca se acercò al Comité de Colaboraciòn Artìstica. Tal vez tenìa miedo de las sanguijuelas que a veces se ocultaban allì. O comprendìa que jamàs iba a encontrar a nadie capaz de suscribir, siquiera por mitades, sus tenebrosos pensamientos.
El Comité desapareciò, como casi todas las entidades de los tiempos dorados. Rodolfo Arrùa abandonò el arte y puso una pizzeria, junto a un socio ingenuo.
Los artistas siguieron ayudàndose a pesar de los profesores adversos. Y este procedimiento, rarìsimo en la antiguedad, es hoy la forma màs corriente de producir arte.
Pero aquì, en la ùltima esquina de esta nota, pienso con horror en esos numerosos equipos de investigadores, periodistas, redactores, fotògrafos, correctores, confidentes y batilanas que partecipan de la producciòn de los novelones de Harold Robbins o Arthur Hailey y me pregunto si esto serà el arte.
Yo que he tenido la ocasiòn de ser admitido como asistente por algunos artistas, me permitirè unas modestias recomendaciones:
La primera es eligir un par. No es honesto aprovechar el talento o el prestigio de alguien mejor que uno. Y también es penoso detenerse cada tres pasos para esperar a un insolvente.
La segunda es también la ùltima: es conveniente, antes de escribir con alguien, practicar la amistad, compartir aventuras y desaventuras durante algunos años, cultivar el afecto y la compasiòn, generar el respeto y la comprensiòn tolerante. Después, recién entonces, uno podrà decir que està listo para empezar la obra.
Pero la obra ya estarà terminada.
© Alejandro Dolina
Ediciones Colihue - Buenos Aires, 1987